Fuente: http://www.elpais.com/articulo/Galicia/tatami/competir/elpepiautgal/20110502elpgal_12/Tes
Miguel Ramos mira a los ojos y habla con sentimiento. Tiene una historia detrás, la del niño emigrante que abandonó unas duras condiciones en su Moguer (Huelva) natal y a punto estuvo de ser devorado por la vorágine madrileña. Con 15 años llegó a A Coruña y encontró su espacio. Recorrió Galicia con su acento onubense y una furgoneta repartiendo pasteles y bollería y cuando pudo elegir entre enriquecerse con el trabajo o divertirse con la pasión, decidió ser rico en vivencias. Eligió el yudo. Ayer andaba enfrascado entre preocupaciones y agradecimientos, ocupado con el Trofeo Miguelito, evento que tras 23 años de bagaje funciona como un reloj, la gran fiesta del yudo que agrupa a más de 3.000 niños de entre tres y 12 años en 20 tatamis y recibe en el Coliseo herculino a cerca de 20.000 personas en un trasiego atendido por 160 voluntarios.
Ramos es Miguel, profesor y séptimo dan, pero no Miguelito, uno de sus primeros alumnos, fallecido cuando apenas tenía 18 años. "En su recuerdo creé un trofeíto con 100 niños, pura competición", explica. Pronto matizó la idea. "La competición es elitista, unos valen y otros no. Y yo lo que quería era compartir". Ramos caminó por los dos senderos, el de la élite y el de la promoción, "carreteras diferentes", dice. "He estado como Guardiola, con los mejores, entrené a campeones de España, pero un día dije 'se acabó'. Estaba dando el 90% de mí a tres o cuatro". Ahora se pasea por los colegios de la provincia, enseña yudo a niños de tres, nueve u once años, a gente de 40 en su gimnasio, y se siente afortunado. Miguelito profundiza en ese sentimiento e incorpora el punto desprendido del voluntariado. "Tenemos lista de espera para colaborar", incide.
La semana pasada un grupo de árbitros y jueces del trofeo repasaban las últimas instrucciones en una puesta en común con Eduardo Galán, uno de los profesores de yudo que trabaja con Ramos. "Recordad cómo os gustaba que os calificaran", les decía Galán. Todos ellos habían pasado por los tatamis como competidores. Superada la edad límite para participar, mantienen la ilusión de seguir vinculados al evento en otras labores. La competición premia a aquellos que demuestren una mejor técnica, no se combate contra un rival sino que se participa por parejas para hacer una demostración de condiciones. "Se concibe como una actividad irrealizable sin un compañero", explica Galán. No importa la edad, ni el género, ni la condición física. "Todos se sienten realizados y a todos se les da una calificación". Cada pareja salta dos veces al tatami, cuatro minutos cada una, para realizar una de técnicas ya especificadas. "La participación está garantizada y no es como en la competición, que te pueden eliminar al primer segundo. Aquí a los padres les da tiempo a disfrutar, a hacer fotos o un vídeo. La competición dura cuatro horas, pero cada niño no tiene porque estar en el Coliseo más de una hora", apunta.
La idea está tan bien acabada que inevitablemente han surgido las réplicas por más que Ramos se haya preocupado de registrar su criatura. Por toda España y también en Galicia. "Vienen del extranjero a ver nuestro sistema organizativo", presume Ramos, que asegura que los años le han quitado el ego, un pionero que vivió el boom del yudo en A Coruña, donde hace tres décadas entró en los colegios y ahí sigue, como uno de los deportes escolares de referencia y con numerosas escuelas municipales en marcha. "Hemos coincidido gente que amamos este deporte. A mí me hablan de otra cosa y no tengo ni idea. En otras ciudades hay más kárate o taekwondo, pero A Coruña y buena parte de su provincia es más de yudo. Es un deporte que fomenta la humildad y el Miguelito es un ejemplo porque los chicos perciben que necesitan la ayuda de su compañero". En esta edición, además, esos sentimientos se plasmaron por escrito. Los organizadores quisieron representar el cinturón de yudo más largo del mundo y lo consiguieron gracias a 3.000 láminas de cartón. En ellos pidieron a todos los niños participantes que escribieran que significa el yudo para ellos. Allí brotaron palabras como seguridad, defensa personal, amistad e, incluso, relajación. "Me sirve para desahogar mis sentimientos, los buenos y los malos", escribió un pequeño de Culleredo. Y ahí Miguel Ramos vuelve atrás en el tiempo y recuerda como se enganchó al deporte del que hizo escuela de vida. "Fue en Madrid, en el Magariños. Me gustaba competir, pero la primera vez me vi enfrente de un tío grandísimo, yo jovencito y él pelo en pecho y unos brazos enormes. Los amigos en la grada me gritaban que le entrara y yo no sabía como. De pronto le hice un ippon y gané. Me dije: esto me gusta". Cuarenta años después está orgulloso de ese Miguelito integrador, accesible y participativo que ha alimentado hasta hacerle crecer como nunca había imaginado, el mejor recuerdo posible para un yudoca fallecido.
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